9789500531351

No hay risas en el cielo. Por Dario Lipovich

Imaginemos una caja con agujeros por donde podemos mirar. Podemos estar dentro o fuera de la caja, incluso podemos sentirnos de a ratos en un lugar y de a ratos en el otro. En cualquier caso, lo que nos es permitido ver a través de los orificios es un fragmento, y la fragmentación es un recurso compositivo que Ariel Urquiza maneja con una destreza absoluta para dar cuenta de un todo. La carencia que a priori podría sugerir lo que falta queda desterrada por el constante estímulo al que nos somete la lectura: lo que deja ver no puede ser narrado de otro modo, y lo que omite, tampoco. Entre esos polos fluye la violencia irremediable. 

El rompecabezas que conforman los relatos nunca va a quedar completo, pero tampoco incompleto. El libro activa en el lector un juego de movimiento continuo a partir de múltiples historias y personajes que habitan una crueldad que, en mayor o menor grado, terminamos reconociendo como cercana aunque muchas veces seamos incapaces de ver. En algún capítulo, con algún personaje, en alguna circunstancia, vamos a saber que ese mundo está imbricado con el nuestro, que somos vulnerables y que nada ni nadie tiene el poder de preservarnos de él de manera definitiva. Entonces, la resonancia de este libro y su modo de escritura tiene dos modos: uno es la fragmentación, la vida está constituída de segmentos, de quebraduras -el presente, que con suerte podemos percibir continuo, se vuelve fragmentado al llamarlo pasado-, el otro es la violencia que atraviesa a la humanidad desde siempre.

No hay risas en el cielo, Ediciones Corregidor, 2018, obra con la cual Ariel Urquiza ganó el premio Casa de Las Américas 2016, además, contiene dos lenguas -el castellano rioplatense y el mexicano, principalmente chilango- que el autor domina con fluidez y utiliza para activar un triple juego: aquello que es propio de cada territorio y lo que ambos comparten. Ese lenguaje de varias caras enciende procesos físico químicos durante la lectura y todo el tiempo que estemos inmersos en el libro, que una vez abierto, se convierte en un ser latente del cual no es fácil desprenderse. Las reacciones que nos produce demuelen la distancia entre realidad y ficción. No porque sean lo mismo, sino porque no podemos inhalar una sin estar a la vez inhalando la otra. 

No hay risas en el cielo está compuesto de frases cortas y precisas que se clavan en sí mismas sin necesidad de que la historia vaya a ningún lado. Un pararrayos que atrae todo hacia un presente total. Los personajes no tienen futuro, pero tampoco un pasado que sirva para justificarlos ni para entender cómo llegaron hasta el ahora. Todo ocurre en el instante mismo de la lectura. No es una novela, no es un libro de cuentos. Sí es la manera perfecta de narrar eso que quiso ser narrado. 

Comments are closed.